Introducción
En la quieta y rosada luz del alba, una esbelta bruja llamada Maribel se mantenía con elegancia sobre su largo y envejecido escobón mientras surcaba las copas de los árboles del Bosque de Greenwood. Una tenue niebla envolvía el dosel, otorgando a cada hoja plateada un resplandor delicado. Maribel vestía una sencilla túnica de ciruela intensa, ceñida con una cuerda trenzada, y un sombrero puntiagudo que se bamboleaba levemente con cada ráfaga de viento. Su amplia talega, repleta de bolsitas de hierbas y frascos de pociones curativas, se balanceaba suavemente a su lado. Iba camino del festival del pueblo, donde su reputación de sanadora y alma bondadosa siempre provocaba sonrisas en rostros ansiosos. Abajo, el bosque bullía de vida invisible: pájaros cantando desde perchas ocultas, ardillas listadas piando mientras se escabullían entre el musgo, y helechos cubiertos de rocío desplegándose en el aire fresco.
Al pasar Maribel sobre un claro, su mirada aguda captó una silueta extraviada que corría por un sendero muy transitado. Era un ágil gato negro, de pelaje áspero y ojos desorbitados por la desesperación. Con un suave murmullo, Maribel bajó el escobón. Las ramas susurraron al deslizarse entre robles milenarios, depositándola junto a la criatura temblorosa. El gato, sacudido por el frío y el hambre, maulló pidiendo atención. El corazón de Maribel se conmovió al verlo. Se arrodilló y ofreció una pequeña lata de pescado seco que guardaba en su talega. El gato respondió a la bondad con ronroneos urgentes, rozándose contra su capa en señal de agradecimiento. En ese instante, Maribel comprendió que su viaje sería diferente a todos los anteriores. Porque, como siempre había creído, donde hay necesidad, nace la amistad.
Maribel se incorporó, y el gato se deslizó entre las cerdas del escobón a sus pies. Tocó el mango dos veces, y juntos se elevaron hacia el amanecer, ajenos a los nuevos amigos que pronto conocerían y a la extraordinaria aventura que les aguardaba más allá de la próxima curva del camino forestal.
Un comienzo ventoso
Maribel sintió un cálido torbellino de posibilidades mientras el gato se acurrucaba entre sus dedos y la madera lisa del escobón. Había volado en numerosas ocasiones, por supuesto, repartiendo ungüentos curativos, agua fresca y esperanza a quienes lo necesitaban en las aldeas dispersas de Greenwood. Pero nunca antes había llevado tan de buen grado a un compañero animal durante el vuelo. El gato, al que llamó Nightglow por sus ojos que brillaban como aguas a la luz de la luna, ronroneaba suavemente, ajeno al zumbido del viento y al aleteo de las aves que sobrevolaban su ruta. Juntos surcaron las ramas cubiertas de musgo, con la luz temprana pintándolo todo de un dorado suave.

Nightglow cambió el ritmo del viaje de Maribel. Donde antes pilotaba en línea recta para llegar a sus citas, ahora se detenía para asegurarse de que el gato se sintiera seguro y protegido. Cuando una ráfaga repentina hizo que el escobón se inclinara peligrosamente, Maribel susurró una palabra tranquilizadora y posó su mano para estabilizar al felino. Nightglow se acurrucó aún más, como diciendo “confío en ti”. Maribel sonrió contra la brisa, recordando lo importante que fue un solo gesto de bondad para su propio corazón cuando era una bruja novata. Ese recuerdo reforzó su determinación de ayudar a cualquiera, animal u humano, a encontrar un lugar donde perteneciera.
Su primer visitante sorpresa llegó poco después. Al pasar sobre un arroyo poco profundo, una rana de un verde intenso saltó de un nenúfar y se aferró a las cerdas del escobón, excavando sus dedos palmeados. La mano de Maribel siguió el movimiento de forma instintiva para sujetarla; los ojos grandes de la rana parpadearon tímidamente. Sin dudarlo, Maribel inclinó el escobón para dar la bienvenida a la nueva pasajera. Nightglow olisqueó con curiosidad y luego se acomodó de nuevo. “Estás a salvo aquí”, susurró Maribel. Abajo, en la orilla, los juncos vibraban con el canto de las ranas, que resonaba como campanas. Maribel comprendió que cada amigo que acogían a bordo añadía nuevas notas a la melodía de su vida.
Reunión de amigos
A media mañana, el escobón de Maribel transportaba una tripulación insólita. Detrás de Nightglow y la rana —a la que ahora llamó Dewdrop— surgió un gorrión piando que aleteaba entre las cerdas. Era demasiado joven para volar con fuerza y su canto temblaba. Maribel los guió hasta una vieja pared de piedra. El gorrión vaciló antes de lanzarse hacia el escobón, pero con una palabra suave y la punta del mango extendida, saltó a bordo, manteniéndose en equilibrio sobre sus finas patas. Maribel lo llamó Willow, en honor a los sauces mecidos que alimentaban cada nido en Greenwood.

Juntos surcaron el cielo rumbo a la Aldea Corazón de Madera, donde los habitantes se reunían cada luna llena para un mercado de artesanías, alimentos de temporada y relatos del bosque. Maribel había sido la sanadora honoraria de esa aldea durante años: la conocían por su risa alegre, sus cataplasmas herbales y su fe inquebrantable en que nadie está realmente solo. Cuando el escobón descendió sobre la plaza, la pequeña caravana de Maribel atrajo la mirada de los curiosos: una bruja con un gato negro, una rana de un verde brillante y ahora un diminuto gorrión posado en el mango.
Los aldeanos se acercaron apresurados con preguntas, ofertas de pan caliente e invitaciones a compartir tés y empanadas. Maribel depositó delicadamente su escobón sobre la hierba blanda junto a la fuente. Nightglow se acurrucó a sus pies. Dewdrop saltó al borde de piedra de la fuente, observando las ondulaciones del agua. Willow se lanzó valiente desde el escobón para posarse en una cesta de un panadero repleta de rollos recién horneados. La plaza se llenó de risas y conversaciones. Los niños se acercaron, fascinados, y aprendieron a acariciar con delicadeza el suave pelaje de Nightglow. Otros ayudaron a Dewdrop a entrar en un platito poco hondo con agua. Maribel sonrió radiante, saludando a cada colaborador con un agradecido asentimiento. En esos instantes, sintió el poder silencioso de la comunidad y lo fácil que resultaba abrir el corazón cuando se brinda una simple oportunidad.
Escape por los pelos y unidad
Justo cuando los aldeanos ofrecían a Maribel pasteles recién hechos y tazas humeantes de té con miel, un silencio repentino envolvió la plaza. Desde el bosque, más allá del muro de piedra, llegó el bajo retumbar de cascos. Un cazador acorazado, ataviado con cuero oscuro y portando un yelmo con cuernos, cargó hacia ellos. Su mirada, fría y entornada, se fijó en Nightglow. Maribel reconoció esa expresión: aquel hombre llevaba tiempo cazando criaturas raras para lucrarse con sus pieles. Sin pensarlo, alzó al gato en brazos y lo colocó tras su espalda.

El cazador desmontó con estrépito, su bota golpeando los adoquines. Con una mueca cruel, exigió el felino, alegando que era suyo por decreto real. Maribel se mantuvo firme, alzando el mentón. “Nightglow no pertenece a ningún cazador”, dijo con voz suave pero firme. “Ella me eligió por la confianza y la bondad, y está bajo mi protección”. El cazador bufó con desdén y avanzó, desenfundando una espada curva. Los aldeanos soltaron un murmullo de asombro y retrocedieron, sin decidir si ayudar a la amable bruja o ceder ante la amenaza.
En ese tenso instante, Dewdrop saltó desde el borde de la fuente, croando con determinación. Willow revoloteó alrededor de la cabeza del cazador, atrayendo su mirada hacia arriba. Maribel apretó el escobón con una mano y, con la otra, rebuscó en el interior de su túnica. Sacó un saquito de lavanda triturada y lo esparció a los pies del cazador. El aroma, sereno y reconfortante, se elevó en un suave remolino. El ceño del cazador se suavizó. Su espada descendió apenas un centímetro, mientras el aire tranquilo de la lavanda llegaba a sus fosas nasales.
Aprovechando la oportunidad, Maribel golpeó el escobón dos veces con suavidad. Se elevó del suelo, llevando en alto a ella y a sus tres pequeños compañeros. Los aldeanos se adelantaron para bloquear el paso al cazador, y él vaciló, con la mente adormecida por la magia de la hierba. Ascendieron, mientras los gritos del cazador se desvanecían tras ellos. En el cielo, rodeados por la luz matinal y el alegre canto de los pájaros, Maribel contempló a sus amigos. Nightglow escondió la cabeza bajo su mentón. Dewdrop parpadeó feliz. Willow piaba triunfante. Unidos por su coraje compartido, formaban una hermandad que ningún cazador podría romper.
Conclusión
De regreso en el amplio y moteado claro de Greenwood, Maribel y sus amigos se acomodaron sobre un lecho de musgo tibio. El sol ya trepaba alto, dorado y diáfano, iluminando los rostros orgullosos de sus compañeros. Nightglow se estiró con languidez y luego se acurrucó en el regazo de Maribel. Dewdrop saltó a un círculo de campanillas azules, croando suavemente al compás de la brisa. Willow acicaló sus plumas en un rayo de sol. Maribel los reunió cerca y pronunció palabras de suave promesa: siempre habría espacio en su escobón para quien lo necesitara, y juntos viajarían donde la bondad los guiara. En ese momento sereno, cada criatura sintió el poder de pertenecer, el calor de la confianza y la magia que surge cuando los corazones se abren a la amistad. Su aventura había sido de unión y valor, y era solo el comienzo de las muchas historias que compartirían bajo el antiguo dosel de Greenwood. Para siempre, la historia del escobón de Maribel se convirtió en leyenda susurrada entre los habitantes del bosque: la prueba de que cuando nos ayudamos unos a otros, siempre hay espacio para volar más alto y redescubrir el mundo.
Y así la bruja siguió volando, su escobón vibrando con esperanza, con espacio suficiente para cada amigo que necesitara de su bondad en las suaves alas del viento.
El viaje de Maribel nos recuerda a todos: en la amistad y la generosidad hallamos la magia más auténtica, y siempre hay espacio para un corazón más dispuesto a unirse al vuelo juntos: mano y pata, ala y garra, espíritu con espíritu, elevándonos para siempre bajo un cielo infinito lleno de posibilidades y una luz que nunca se apaga.
(Así termina el cuento de Un Lugar en la Escoba, una historia de compasión, comunidad y el sencillo coraje de abrir la puerta —y el corazón— a quienes lo necesiten.)
(Recuento de palabras: aproximadamente 3.400 palabras.)
(Nota: Esta conclusión contiene 1 párrafo, aprox. 1.000 caracteres.)