Introducción
Antes de que amaneciera sobre las colinas onduladas del Reino Unido, el antiguo castillo de Highmoor yacía envuelto en una niebla plateada que se aferraba a sus almenas desgastadas y a los muros cubiertos de hiedra. En su torre más alta, la princesa Elara contemplaba el silencioso valle, con el corazón atraído por misterios susurrados en la oscuridad. Desde la memoria más remota, había percibido ecos tenues que ascendían desde lo profundo: un suave murmullo de voces, el tintineo lejano de metal, algún destello ocasional de antorchas bajo las piedras. Los sirvientes aseguraban que esos sonidos provenían de trasgos, criaturas ancestrales que habitaban las cavernas laberínticas bajo los cimientos del castillo, y advertían que jamás debería acercarse a las entradas ocultas ni desafiar la astucia de aquellos seres. Sin embargo, Elara no podía ignorar el escalofrío de emoción que le recorría el pecho al imaginar mundos secretos por descubrir. Apretó un delicado anillo de oro forjado en su dedo, un obsequio de su bisabuela, quien había osado recorrer esos mismos senderos en busca de magia y conocimiento olvidados. El anillo parecía vibrar con un calor suave cada vez que ella se aproximaba a la puerta sellada, oculta tras un tapiz en el corredor norte.
Hoy, con la luz del amanecer aún tenue y silenciosa, Elara se decidió a abrir aquella puerta y seguir sus instintos dondequiera que la llevaran. Sin que ella lo supiera, un joven mozo de cuadra llamado Rowan, cuyo gastado manto olía a heno y humo de leña, también había sido atraído por las historias de túneles secretos y riquezas ocultas. Llevaba una simple piqueta colgada a la espalda, con la cabeza de hierro desgastada por años de reparaciones menores, pero con filos afilados gracias a sus manos resueltas. Sus mundos estaban a punto de colisionar de un modo que ninguno podría imaginar, forjando una alianza que llevaría a estos dos improbables compañeros a una peligrosa búsqueda bajo la tierra. El coraje, la amistad y una chispa de magia los guiarían por pasajes serpenteantes, trampas traicioneras y la astucia del propio rey trasgo. Allí, en los pasillos sumidos en la más absoluta oscuridad, pendía el destino del castillo y hasta del corazón de Elara en un delicado equilibrio. En el silencio gris del amanecer, el primer paso en la sombra equivalía a adentrarse en la leyenda. Aquí comienza realmente nuestra historia, muy por debajo de las murallas de piedra donde la luz y la oscuridad luchan por el control.
Un descubrimiento regio
Las manos de la princesa Elara temblaban mientras recorría las inscripciones rúnicas grabadas en la pesada puerta de hierro oculta tras el tapiz. Cada símbolo resplandecía tenuemente en la luz mortecina de su linterna, respondiendo al contacto como si reconociera linajes de sangre y juramentos ancestrales. Un suave clic resonó en el pasillo cuando la última runa se alineó, liberando un complejo cerrojo incrustado en la piedra. La puerta se abrió hacia adentro con un crujido que pareció despertar algo más profundo en los cimientos del castillo. Partículas de polvo danzaban en el resplandor de la linterna mientras Elara se asomaba a una estrecha escalera de caracol que descendía al subsuelo. Ella dudó un instante, pero el anillo en su dedo palpitó con un cálido pulso que la instó a seguir adelante. Con pasos cautelosos se adentró en la penumbra, su vestido rozando las paredes cubiertas de musgo. Cada pisada retumbaba con estrépito en el silencioso pozo, haciendo latir su corazón en una mezcla de asombro y temor.
Pronto llegó a un descanso donde una segunda puerta, marcada con sigilos de protección y con runas parcialmente borradas, invitaba a ser interpretada. Ella apartó siglos de telarañas y pronunció un nombre que los viejos criados decían en voz baja: "Isolde", la palabra de paso secreta de su bisabuela. Al instante, el portón se abrió, dejando al descubierto una angosta repisa que bordeaba un abismo abierto y mostraba el resplandor danzante de las linternas de los trasgos más abajo. Muy por debajo de las cámaras reales, escalones tallados conducían a una enorme caverna cuyas bóvedas se perdían en la penumbra. Estalactitas goteaban agua helada sobre suelos de piedra antiguos, surcados por manos invisibles. El olor a humo y a tierra se elevaba en oleadas penetrantes, portando advertencias de mil bocas ocultas. En el suelo de la caverna, Elara observó paredes toscamente labradas y alineadas con antorchas; más allá, una intrincada red de túneles se perdía en la oscuridad. Comprendió que aquel lugar bullía de una civilización invisible, capaz de moverse en silencio y prosperar en el corazón de la tierra. Su pulso se aceleró ante la idea. Maravillas y peligros desconocidos la aguardaban entre los salones de los trasgos, y podía sentir el llamado del destino tan vívido como el suave resplandor del anillo que la impulsaba a avanzar.

Poco antes de alzar la linterna para escrutar la arteria principal de túneles, escuchó un claro carraspeo. Se volvió y vio a Rowan pisando el descanso, con la piqueta en mano y los ojos abiertos de asombro. "¿Princesa Elara?" susurró, maravillado. Lucía una sonrisa resuelta, aunque el manto le estaba salpicado de barro y paja. "Creí ver moverse el tapiz", añadió con voz vacilante. Ella lo observó largo rato y luego sonrió. Ambos estaban a punto de descender hacia lo desconocido, y ninguno lo haría en solitario. Juntos avanzaron, apoyando el pie en el peldaño de piedra, uno al lado del otro, dispuestos a reclamar secretos largamente enterrados bajo las piedras de Highmoor. La anticipación colmaba el aire, cargada de la promesa de aventura, revelaciones y de las pruebas que pondrían a prueba los corazones más valientes.
Conclusión
En el silencio que siguió a su victoria final, la brisa trajo ecos lejanos de tambores trasgos, ahora enmudecidos. La princesa Elara y Rowan emergieron a la brillante luz matutina del patio del castillo, con el rostro marcado por el hollín y el triunfo. El anillo en el dedo de Elara resplandecía tenuemente, como despidiéndose de los recovecos que había guiado. Guardias y sirvientes se reunieron, asombrados por relatos del vasto inframundo, del astuto rey y del ejército de criaturas que se inclinó ante su valor. Rowan se sacudió el barro de las botas y ofreció una tímida reverencia a la princesa, quien rió suavemente ante su timidez. Luego comprendió que el valor no era patrimonio exclusivo de la realeza, sino de todo corazón lo bastante audaz como para adentrarse en la sombra. En lo alto de las almenas, la luz del sol refulgía sobre la antigua piedra, recordándoles que toda leyenda comienza con una sola decisión. Elara entrelazó la mano con la de Rowan y, juntos, cruzaron el patio, forjando un vínculo que resonaría en los pasillos del castillo durante generaciones. Su travesía en la oscuridad había concluido, pero su magia perduraba: en historias susurradas a la luz de las antorchas, en el coraje de los jóvenes corazones y en la promesa de que, incluso las profundidades más ocultas, pueden ser conquistadas con esperanza, amistad y una voluntad inquebrantable.