La sombra del sabueso de Baskerville

9 min

The path to Baskerville Manor winds through mist-laden moors under a dim twilight sky.

Acerca de la historia: La sombra del sabueso de Baskerville es un Historias de Ficción Histórica de united-kingdom ambientado en el Cuentos del siglo XIX. Este relato Historias Dramáticas explora temas de Historias de Bien contra Mal y es adecuado para Historias para adultos. Ofrece Historias Entretenidas perspectivas. Sherlock Holmes enfrenta a un espectral perro y a una antigua maldición en los brumosos páramos de la mansión Baskerville.

Introducción

La brisa del páramo susurraba secretos en una lengua más antigua que cualquier recuerdo vivo, arrastrando los ecos más tenues de una maldición que había perseguido a la familia Baskerville durante generaciones. En el corazón de Londres, Sherlock Holmes estaba sentado junto al hogar crepitante en el 221B de Baker Street, estudiando el manuscrito añejo que el Dr. James Mortimer le había traído con la urgencia de quien teme un depredador invisible. En los márgenes del pergamino figuraban advertencias enigmáticas sobre un sabueso de ojos llameantes, cuyo aullido era capaz de infundir terror hasta en el alma más valiente.

El Dr. Watson, a su lado, escuchaba mientras Mortimer relataba la pesadilla que fue la muerte de Sir Charles Baskerville en los páramos envueltos en niebla de Dartmoor, un suceso que mostraba todas las señales de una bestia sobrenatural y ninguna explicación racional.

Si aquella criatura existía, debía haber una mano humana guiando sus pasos, un motivo oculto bajo capas de superstición y miedo. Holmes examinaba cada línea y cada mancha desteñida del pergamino a la luz de la lámpara, sus ojos agudos no pasaban por alto ningún matiz del relato del médico. Mortimer había llegado a Londres en busca de la experiencia inigualable de Holmes para desentrañar el enredo de rumores, desesperación y muerte. Los labios del detective se curvaron en una leve sonrisa: un caso impregnado de leyenda gótica era precisamente el desafío que ponía a prueba todos los principios de su arte. Con determinación, Holmes anunció que al amanecer partirían hacia Baskerville Manor, dispuestos a navegar la peligrosa frontera donde el mito se encontraba con la malicia y a aportar la razón a las sombras de Dartmoor.

Una herencia ominosa

En una tarde cargada de niebla en Baker Street, el Dr. James Mortimer entró en la sala de estar con un temblor en la voz y el miedo reflejado en los ojos. Desplegó un manuscrito antiguo, de bordes desgastados y manchados por el paso del tiempo, y lo apoyó sobre el escritorio ante Holmes y Watson. El pergamino describía a un sabueso fantasma, con ojos encendidos en carmesí, que acechaba los páramos de Dartmoor y se cebaba con los herederos de Baskerville Manor. El relato de Mortimer oscilaba entre los hechos y la leyenda: su difunto amigo Sir Charles Baskerville había muerto en circunstancias inexplicables, el rostro retorcido por el horror, y los campesinos locales afirmaban haber oído los aullidos de aquella criatura monstruosa en lo profundo de la noche.

La mirada de Watson se dirigió con inquietud hacia la ventana, por donde la niebla londinense se filtraba entre los cristales, como ansiosa por llevar las noticias de la maldición de vuelta a los páramos. El silencio en la estancia resultaba antinatural, roto únicamente por el crepitar del hogar y la respiración entrecortada de Mortimer. Holmes apoyó un dedo enguantado sobre el mapa de Dartmoor desplegado en la mesa, cada señal en aquel terreno parecía prometer peligro y mito.

El Dr. Mortimer presentando el manuscrito antiguo a Holmes y Watson en el estudio de Baker Street.
El Dr. James Mortimer despliega ante los atentos ojos de Sherlock Holmes un documento centenario.

Mortimer prosiguió con voz baja y urgente: Sir Charles había sido atraído al páramo por el resplandor de una linterna que apareció más allá de la capilla en ruinas la noche de su muerte. A pesar de la compañía de sirvientes leales y las advertencias protectoras, su corazón no resistió ante la visión de una bestia espectral de imponente tamaño, cubierta de un pelaje fosforescente. A la luz del día no quedó rastro más que huellas que se desvanecían al borde de un risco rocoso, y el aullido del sabueso permanecía como un eco en las tradiciones locales.

Holmes solicitó las declaraciones de todos los testigos, mapas detallados de la región y cualquier recorte de periódico que relatara tragedias similares a lo largo de los siglos. Watson sintió el peso de la mirada de Mortimer implorando al detective que desentrañara ese enigma antes de que otra tragedia azotara a la familia Baskerville.

Tras revisar la evidencia, Holmes declaró que acompañaría a Mortimer a Baskerville Manor al amanecer. Watson, deseoso de aventura pero consciente del influjo de las leyendas en los lugareños, se ofreció para unirse a la investigación y hacerse cargo del examen del doctor. Holmes advirtió que las supersticiones nublarían el juicio, y que solo al escrutar cada pista, por más espectral que pareciera, podrían disipar la oscuridad que envolvía el páramo. Las grises calles de Londres quedaban muy atrás mientras el trío se preparaba para partir; el crujido de las ruedas del carruaje sobre el empedrado resonaba como el lejano retumbar de sabuesos invisibles, sentando las bases para un viaje al corazón de un misterio que unía lo racional con lo sobrenatural.

Huellas en el páramo

A la salida del sol, el carruaje avanzó con estrépito hacia Baskerville Manor, cuya silueta maltrecha emergía entre las nieblas arremolinadas que se aferraban al brezal como mortajas fantasmales. Una losa de pesadumbre parecía cernirse sobre la finca, con sus muros centenarios manchados por siglos de lluvia y abandono. La señora Lyons, la ama de llaves, recibió al grupo con una formalidad temblorosa, sus ojos oscilando hacia el páramo más allá de las ventanas. Bajo su rígido protocolo, Mortimer percibió el temblor del miedo cuando ella señaló la galería donde Sir Henry Baskerville, el nuevo heredero, esperaba la llegada del mayor detective de Londres. Holmes examinó la disposición de los jardines: palomares anidados en árboles retorcidos, puentes de piedra que cruzaban arroyo angosto y senderos que se adentraban en ciénagas sombrías. Watson advirtió la ausencia de toda jauría en los cheniles, respondiendo a la pregunta sin resolver de si la leyenda tenía algún fundamento en criaturas vivas.

 Grandes huellas de sabueso marcadas en el húmedo páramo
Huellas profundas de perros conducen hacia la extensión cubierta de neblina del pantano de Dartmoor.

Por la tarde, Holmes y Watson se aventuraron en el páramo para inspeccionar el lugar de la muerte de Sir Charles. El suelo estaba blando y traicionero, empapando sus botas mientras seguían un rastro de huellas caninas de enorme tamaño que parecían perderse en el borde de un pantano. El detective se inclinó, midió la hondura y separación con precisión experta y siguió un sendero errático hasta un saliente rocoso. El corazón de Watson latió con fuerza cuando un gruñido bajo y resonante retumbó por el páramo, seguido de un aullido aterrador a lo lejos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras el vello de la nuca se erizaba. Holmes hizo una señal para guardar silencio y alzó su lupa para examinar mechones de pelo oscuro y áspero atrapados en una zarza. El viento del páramo se llevó cualquier olor débil, dejando solo el recuerdo de un depredador que caminaba entre la niebla y el mito.

La noche cayó pronto y adquirió un tinte escalofriante cuando la neblina envolvió la finca, aislando la mansión bajo un manto gris. Sir Henry se unió a ellos en la cena, su cortés curiosidad enmascaraba un miedo latente, mientras Holmes observaba la expresión inexpresiva del mayordomo, que servía cada plato con la precisión de un autómata asustado. Watson distinguió una nota prendida en su plato: «Abandona este lugar antes de que escuches el llamado del sabueso». Los ojos de Holmes brillaron con interés al guardar el papel en uno de sus bolsillos. «Alguien pretende asustar a nuestro invitado para que huya», murmuró. Poco después, las pesadas puertas de hierro del patio se abrieron y cerraron tras de sí, sin que hubiera rastro de un alma viva. El páramo quedó en silencio, como si aguardara—para juzgar o para atacar.

Revelación a medianoche

Holmes insistió en vigilar de medianoche cerca de las ruinas de la vieja capilla, donde la leyenda situaba al sabueso fantasma deambulando. Watson, abrigado contra el frío, observaba con sus binoculares el titilar de linternas entre las piedras desmoronadas. Las sombras de la mansión se mecían al compás del susurro del viento. En la hora más oscura, escucharon un silbido tenue que resonó desde la bruma lejana. Holmes alzó la mano, y se agacharon tras un muro derrumbado. Una silueta colosal emergió, su pelaje brillando con vetas fosforescentes, los ojos ardiendo como carbones gemelos. La criatura gruñó, su aliento emanando vaho en el aire helado. El pulso de Watson retumbó; entre la difusa penumbra divisó la silueta de un hombre encaramado en un peñasco cercano, guiando a la bestia con una señal luminosa.

 Ruinas iluminadas por la luna de una antigua capilla en el páramo de Dartmoor a medianoche
En un resplandor espectral, la capilla destrozada permanece en silencio como testigo de un enfrentamiento nocturno.

Cuando el sabueso se lanzó al ataque, Holmes lanzó un garfio, sorprendiendo tanto a la bestia como a su manejador. Watson corrió a proteger a Sir Henry, gritando instrucciones. El hombre en la roca cayó hacia atrás, revelándose como Selden, el convicto fugado cuya traición familiar había dado pie al relato de Mortimer. Se desplomó con un grito, bajo el peso del sabueso, justo cuando Holmes se abalanzaba sobre el cuello de la criatura y le sujetaba el hocico. Bajo la férrea mirada del detective, Selden confesó: había avivado la maldición de los Baskerville para cobrar una recompensa, usando pintura fosforescente y un adiestramiento poco natural para engañar a lugareños e investigadores por igual. La máscara monstruosa se desvaneció bajo el implacable interrogatorio de Holmes.

Al amanecer, Holmes y Watson condujeron a Sir Henry entre la hierba cubierta de rocío hacia la seguridad. Las puertas de la mansión se abrieron para acoger un nuevo día, el estruendo de una noche inquieta dio paso a la esperanza. Holmes explicó cada detalle: los aullidos preparados, la calavera pintada sobre la cabeza del sabueso, los márgenes del manuscrito falsificados. Mortimer agradeció al detective con un solemne asentimiento, aliviado de que la línea Baskerville perdurara más allá de la superstición. Watson comentó lo frágil que se volvía el velo entre mito y realidad en aquellos páramos. Holmes respondió que la razón siempre brillaría a través de las fábulas más oscuras. Al prepararse para regresar a Londres, Sir Henry depositó una pesada moneda en la mano de Holmes y el sabueso, antaño emblema de terror, ya no fue más que un recuerdo sobre el suelo embarrado.

Conclusión

Al fin, la sombra del sabueso Baskerville fue desterrada gracias a la razón clara y a la acción valiente, y no por ninguna fuerza sobrenatural. Watson plasmó los hechos en su diario con reverencia ante el intelecto inquebrantable de Holmes, mientras Sir Henry Baskerville recuperaba la tranquilidad y la herencia legítima de su hogar ancestral. Los páramos, antes resonantes con aullidos misteriosos, volvieron a guardar silencio salvo por el susurro del viento en la hierba y el lejano relincho de los ponis salvajes. Mortimer se maravilló de lo frágil que puede volverse la línea entre la leyenda y la codicia cuando el deseo eclipsa a la razón. Holmes, con un atisbo de sonrisa poco habitual, recordó a sus acompañantes que todo misterio, por sombrío que sea su origen, puede resolverse con paciencia, observación y la incesante búsqueda de la verdad.

Aunque el recuerdo de los ojos brillantes y el estruendo del aullido persistiría en el corazón de los aldeanos, las explicaciones racionales habían disipado una pesadilla centenaria. Quienes visitaran la mansión podrían recorrer sus pasillos sin temor, y la leyenda del sabueso se transformaría en un relato preventivo sobre el poder del engaño humano y los peligros de la creencia desmedida. Al partir Holmes y Watson, la silueta de la finca se desvaneció entre la bruma matutina, dejando tras de sí un legado más fuerte que cualquier maldición. En el silencio que siguió, el mundo pareció un lugar un poco más seguro, guiado por la certeza de que cuando el terror adopta forma en la oscuridad, la luz de la razón siempre puede abrirse camino.

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