La sombra sobre Innsmouth

8 min

Mist clings to the water’s surface at Innsmouth’s harbor, with silent silhouettes of derelict ships and looming rooftops.

Acerca de la historia: La sombra sobre Innsmouth es un Historias de Fantasía de united-states ambientado en el Cuentos del siglo XX. Este relato Historias Dramáticas explora temas de Historias de Bien contra Mal y es adecuado para Historias para adultos. Ofrece Historias Entretenidas perspectivas. Un pueblo costero inquietante oculta un escalofriante secreto bajo sus aguas brumosas.

Introducción

La niebla se aferraba baja sobre los escarpados cabos como un gran sudario gris mientras Thomas Reed guiaba su maltrecho roadster por la sinuosa vereda hacia Innsmouth. Los faros del coche compacto cortaban haces estrechos a través de la bruma que giraba, iluminando pinos nudosos y maderas flotantes amontonadas a lo largo de la orilla. Detrás de él, el viento atlántico retumbaba como un latido lejano, recordándole a Reed por qué se ganaba la vida persiguiendo leyendas extrañas. La curiosidad periodística lo había atraído hasta este pueblo costero abandonado, un lugar donde los mapas antiguos no señalaban ningún puerto seguro y el folclore local hablaba de desapariciones, de extrañas criaturas con aspecto de pez vistas en charcos a la luz de la luna, y de ancianos que cerraban sus contraventanas al caer el crepúsculo. Al borde de la aldea, Reed distinguió la silueta inconfundible de un muelle: barcas de pesca oxidadas meciéndose entre algas, embarcaderos hundiéndose a medias bajo la sal y un agrupamiento de edificios manchados de sal cuyos ventanales tapiados eran como ojos ciegos. Una puerta de taberna oscilaba con el viento, ofreciendo la frágil promesa de un refugio seco y tal vez el primer murmullo de los secretos del lugar. En el interior, el aire sabía a cerveza rancia y rumores susurrados, un contraste marcado con el rugido del Atlántico en el exterior. Reed se instaló en una mesa de rincón, bolígrafo en mano, dispuesto a despojar a Innsmouth de las capas de superstición y temor que la envolvían, empeñado en revelar la verdad aterradora oculta bajo sus inquietas olas.

Llegada al Puerto Abandonado

Thomas Reed se encontraba con los tobillos sumergidos en agua salada al pisar el muelle podrido, la niebla arremolinándose alrededor de sus piernas como si quisiera engullirlo. Sobre él, el casco de un viejo arrastrero crujía y se movía con el viento, su pintura desprendiéndose como piel reseca a la tenue luz del alba. A su alrededor, los edificios de Innsmouth se inclinaban hacia adentro, como confabulándose tras ventanas tapiadas. Las botas de Reed golpeaban las tablas de madera con un eco hueco; cada paso resonaba en un silencio tan tenso que parecía el aliento contenido antes de un desastre inenarrable. Alzó su cuaderno, pero vaciló: ninguna palabra bastaría para capturar la opresiva quietud que oprimía su pecho y aceleraba el latido de su corazón más que el oleaje del Atlántico.

Atardecer en el puerto de Innsmouth, con barcos de pesca desgastados y nubes bajas y pesadas.
El sol se pone sobre el puerto de Innsmouth, iluminando barcos oxidados y las siluetas imponentes de antiguos edificios.

Retrocedió hasta la taberna, atraído por el parpadeo de las linternas en su interior. El letrero sobre la puerta —había lucido peces y marineros pintados con vivos colores— se había convertido en una silueta fantasmal. Dentro, media docena de clientes se encorvaba sobre jarras astilladas, lanzando miradas huidizas al recién llegado. Sus voces eran bajas y ásperas, como gaviotas reprochando desde un viejo baluarte. Cuando Reed preguntó por las leyendas del lugar, soltaron asentimientos cautelosos pero no ofrecieron más que advertencias crípticas: “Más te vale irte antes de que oscurezca”, murmuró uno. “Aquí no quieren extraños”, susurró otro, golpeando su antebrazo marcado como si ilustrara las penalidades que aguardaban a quienes fisgaban sin permiso.

Al caer la noche, el frío se volvió más profundo. Reed regresó a la habitación que había alquilado en una casa de huéspedes maltrecha, encaramada en lo alto de un acantilado. A través de la ventana agrietada, divisó charcas fosforescentes brillando como faroles dispersos sobre la arena negra. Formas sinuosas se agitaban en la orilla somera —figuras alargadas que se escabullían bajo el agua con cada retirada del oleaje, dejando tras de sí solo un pequeño remolino—. Su piel se erizó ante aquel espectáculo. Alcanzó su diario y empezó a esbozar los arcos grotescos y las espirales tallados en monumentos de piedra cercanos: runas que latían con una amenaza silenciosa bajo la luz de la lámpara. Con cada trazo comprendió que el pueblo se erigía sobre un tenebroso testamento de adoración primigenia, de algo ajeno y hambriento.

A medianoche, Reed supo que ya no podría conciliar el sueño. Se enfundó el impermeable, encendió la linterna y se dirigió al espigón norte, donde los pescadores locales juraban que una estructura sumergida yacía oculta bajo espesos lechos de algas. Con cada paso hacia ese lugar maldito, la niebla se espesaba, alargándose en dedos helados. Bajo el agua, en algún punto, algo observaba… y aguardaba.

Susurros bajo las Olas

El haz de la linterna cortó la orilla como un filo, revelando hilos de algas marinas que se mecían como antiguos espíritus bajo la marea lunar. Las rocas del espigón sobresalían del oleaje en cicatrices torcidas, resbaladizas por el alga y recubiertas de percebes que crujían bajo sus botas. Entre ellas descubrió una fisura estrecha que conducía a una cala secreta. Un soplo de brisa marina lo empujó al estrecho paso, y ante él se abrió una entrada cavernosa cuyas paredes estaban grabadas con murales grotescos de criaturas retorcidas —formas anfibias que le dirigían sus ojos inertes y fijos.

Cuevas marinas ocultas bajo los acantilados de Innsmouth, iluminadas por algas bioluminiscentes
Las algas bioluminiscentes brillan a lo largo de las paredes resbaladizas de una cueva marina secreta, debajo de los acantilados de Innsmouth.

Avanzó más adentro, cada pisada acompañada por el gemido de la piedra y el lejano rugido del océano abierto. El techo goteaba salmuera en lentas gotas melodramáticas, cada “plink” retumbando como un latido. Algas bioluminiscentes se adherían a las paredes rocosas, proyectando un resplandor verdoso que danzaba sobre la superficie húmeda. Más adelante el túnel se bifurcaba: un pasaje descendía hacia una poza oscura, mientras otro ascendía con fuerza hasta el acantilado. Reed vaciló, dividido entre la retirada y el hallazgo, hasta que un lamento macabro resonó en el aire —como una uña rasgando madera— llamándolo a internarse más.

Eligió la senda descendente. El aire se volvió más frío, más denso, cargado de una expectación malévola. La superficie de la poza permanecía inusualmente quieta, reflejando un panorama distorsionado de arcos pétreos y pilares retorcidos. Percibió un movimiento bajo el agua: un ligero ondular, un fulgor, y luego nada. Se arrodilló para rozar la superficie, y sus dedos sintieron el líquido gélido que latía con corazón propio. Desde las sombras emergió una voz baja, un canto en un idioma anterior a los acantilados, prometiendo resurrección y poder a quienes se comprometieran con el mar. Su corazón oscilaba entre el terror y la fascinación mientras sombras espectrales se deslizaban bajo aquella superficie espejada.

Al huir de la cueva, la niebla se había convertido en un muro impenetrable que engulló la entrada y la salida. Avanzó a tientas por la orilla hasta que reapareció el brillo de las linternas de Innsmouth, brindándole un refugio a regañadientes. Su diario rebosaba de notas nerviosas y bocetos temblorosos de iconografía blasfema, pero Reed sabía que aquello sólo era el inicio de un dread pact entre la tierra y el mar.

Confrontando al Culto Abisal

Reed regresó a la taberna, con el diario apretado contra el pecho, y halló a los lugareños sumidos en un torbellino de pavor contenido. Hablaban de procesiones nocturnas en la costa rocosa, de figuras encapuchadas que entonaban cánticos bajo los muelles podridos, invocando a algo enorme y hambriento desde las profundidades. A pesar de sus advertencias, Reed siguió el sendero que llevaba a la playa de arena negra, antorcha en mano, cada paso sincronizado con el estruendo de las olas al chocar contra los afloramientos.

Ceremonia cultista en la orilla de Innsmouth con figuras encapuchadas y antorchas
Cultistas con capucha se encuentran en las rocas a la orilla del mar al filo de la medianoche, iluminados por antorchas, y entonan secretos al mar.

Al llegar al claro del aquelarre, la luz de la antorcha descubrió un círculo de adeptos arrodillados alrededor de un altar rudimentario. En el centro descansaba una pila de roca tallada repleta de agua salada, sus bordes resbaladizos por algas y salpicados de sangre fresca. Mientras observaba, el coro de voces ascendió a un clímax febril, y una ráfaga helada apagó su antorcha, sumiéndolo en una oscuridad rota sólo por ojos fosforescentes que brillaban desde la pila.

Un rugido ensordecedor estremeció la orilla cuando una silueta colosal emergió de las olas: una forma imponente con extremidades palmeadas, fauces cavernosas y ojos ardientes con luz de otro mundo. Los cultistas se inclinaron hasta el suelo, sus voces guiándola tierra adentro con plegarias de entrega. La mente de Reed se agitaba: huir, registrar, advertir al mundo… pero el peso de siglos de adoración ancestral lo oprimía como una garra. Reuniendo valor, avanzó entre los entonadores, alzó la voz y lanzó un desafío.

La criatura se detuvo y fijó su mirada en él. Su antorcha volvió a encenderse en la mano temblorosa, iluminando las fracturas angulosas de su rostro. En ese instante, un silencioso entendimiento vibró entre hombre y monstruo: conocimiento a cambio de clemencia. Reed alzó el diario ante la criatura, las páginas cubiertas por revelaciones garabateadas. La bestia vaciló, soltó un rugido que estremeció pulmones y huesos, y luego retrocedió hacia el oleaje, dejando tras de sí un único talismán con forma de concha. Reed se desplomó, jadeando, consciente de que sostenía la llave que bien podría salvar o condenar definitivamente a Innsmouth.

Conclusión

El amanecer irrumpió sobre la orilla inquieta de Innsmouth cuando Thomas Reed emergió de la niebla aferrando el talismán con forma de concha como si fuera su salvavidas. El faro de Crown Point parpadeaba su señal de advertencia, iluminando los muelles maltrechos y los edificios silenciosos, mientras las gaviotas giraban en lamentos sobre su cabeza. Se dirigió de vuelta a la casa de huéspedes, con el peso de los horrores nocturnos clavado en los hombros. Dentro, desplegó su diario sobre la mesa de madera: bocetos de runas de otro mundo, transcripciones de cantos prohibidos y estremecedores relatos en primera persona de la mirada de la criatura marina. Reed sabía que, si siquiera una fracción de ese conocimiento veía la luz, Innsmouth y su peligroso pacto pasarían a engrosar las leyendas, atrayendo a eruditos, autoridades y buscadores de emociones.

Pero justo cuando se disponía a partir, alguien llamó a la puerta. Un pescador local, el rostro surcado por años de sal y pena, asomó con urgencia en la mirada. Extendió una mano temblorosa y depositó una brújula pirata, su aguja girando sin descanso. “Guárdala bien —susurró—. Vendrán a cobrar el precio.” En ese preciso instante, Reed comprendió que el velo entre la curiosidad y la locura era más fino que la niebla que todavía envolvía Innsmouth… y que hay secretos que, una vez desenterrados, nunca lo dejarían marchar.

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