Podemos recordarlo todo por encargo

8 min

Terrence Hale enters the Recall International facility as neon lights pulse around him

Acerca de la historia: Podemos recordarlo todo por encargo es un Historias de Ciencia Ficción de united-states ambientado en el Historias Futuras. Este relato Historias Descriptivas explora temas de Historias de Perseverancia y es adecuado para Historias para adultos. Ofrece Historias Entretenidas perspectivas. Una aventura de recuerdos futuros: sueños, identidad y el precio de escapar.

Introducción

Terrence Hale nunca se había sentido tan cerca de Marte como en ese instante. Sentado en la cabina reclinable de las oficinas de Pacific Avenue de Recall International, observaba los paneles de neón desplazarse en el panel superior con destellos de cobalto y violeta. Afuera, el Los Ángeles de 2097 latía con tráfico electrificado y gigantescos anuncios holográficos, pero dentro de esa cámara silenciosa, el tiempo parecía detenido. Había pasado meses ahorrando cada crédito que ganaba como operador de tránsito, todo para vivir un escape perfecto y vívido que la realidad nunca le ofrecería. Cuando dio el paso de comprar recuerdos de desiertos marcianos, de caminatas en gravedad reducida por el Olympus Mons y de las ondulantes dunas rojas al atardecer, creyó que nada podría salir mal, hasta que descubrió que los recuerdos, como el vidrio más frágil, pueden romperse bajo el peso de verdades ocultas. Mientras los técnicos calibraban vectores neuronales y hacían diagnósticos en su corteza cerebral, el corazón de Terrence latía con anticipación, una anticipación pronto asfixiada por una corriente de dudas. ¿En quién se convertiría cuando el aroma artificial del aire marciano llenara sus pulmones? ¿Bastaría la alegría de la exploración para acallar el dolor sordo de su vida anodina en la Tierra? Cerró los ojos, dispuesto a abrazar la promesa de la memoria. Pero cuando los primeros pulsos eléctricos recorrieron sus vías neuronales, algo extraño atravesó su conciencia, como si un eco lejano de otra historia—la historia de alguien más—se hubiera filtrado más allá de la impecable fachada de la compañía. En ese instante, la frontera entre las ilusiones falsas y las realidades enterradas se volvió peligrosamente fina, y la aventura que había pagado amenazó con desmoronar todo lo que creía conocer.

El precio de los sueños falsos

Antes del procedimiento, Terrence recibió un detallado informe en una sala contigua revestida con paneles translúcidos que brillaban suavemente. Una técnica llamada Mara Deng explicó todo el proceso de implantación, describiendo riesgos potenciales como la disonancia neuronal y el rechazo de la memoria. Aunque estas advertencias flotaban a su alrededor con neutralidad clínica, Terrence sintió cómo cada palabra calaba en su pecho. Observó cómo una holo-proyección trazaba un esquema neural animado alrededor de su corteza motora y del hipocampo, con finísimos filamentos tejiendo fragmentos de recuerdo como cuentas en un hilo. El tono firme de la garantía de Recall International—«Sin efectos secundarios, o le devolvemos sus créditos»—debería haberlo tranquilizado, pero él se aferró a los reposabrazos de su cabina como si esperara turbulencias invisibles. Las preguntas sobre la autenticidad surgían en su mente: ¿saborearía el regusto oxidado del polvo marciano en la boca? ¿Sentiría su piel erizarse con ese frío estático mientras atravesaba las crestas de los cañones bajo un cielo ámbar pálido? Se recordó a sí mismo que esos impulsos eran precisamente lo que había pagado por experimentar: una ilusión más profunda que la que jamás ofrecería un simple casco de realidad virtual. En el pasillo, el zumbido de los reactores de fusión subrayaba la promesa de maravillas digitales ilimitadas. Terrence recordó titulares sobre turistas de la memoria que habían perdido años de sus vidas por secuencias corruptas; aun así, el precio de la realidad cotidiana le parecía mucho más elevado que cualquier responsabilidad corporativa. Cuando llegó el momento, se acomodó en la llamada «Cápsula Neuro-Luxe» y dejó que su pulso se sincronizara con los balizas de calibración de la estación. Detrás del cristal oscuro, brazos robóticos se posicionaron, portando diminutos conductos dispuestos a coser nuevas experiencias en el tapiz de su mente. Una última palabra de Mara—«Retendrás cada instante como si fuera tu segunda naturaleza»—adquirió un escalofriante doble sentido cuando la descarga inicial de electricidad le hormigueó en las sienes. Se preparó para sentir el primer eco de un amanecer marciano, sin saber que el choque más potente no se hallaba en los paisajes diseñados sino en verdades enterradas que palpitaban bajo su serenidad fabricada.

Un paciente yace en una cápsula reclinable rodeado de intrincados escáneres de mapeo neural en una sala médica de alta tecnología.
El suave zumbido de las máquinas envuelve la sala mientras la operación comienza.

En el siguiente instante, Terrence se vio de pie en una meseta azotada por el viento marciano bajo dos soles—un efecto de licencia artística que ningún verdadero pionero había presenciado, pero tan espectacular que ni siquiera lo cuestionó. El cielo se desplegaba en degradados lilas polvorosos atravesados por remolinos de polvo cobre, y bajo sus botas, los granos finos crujían con precisión analógica. Avanzó hacia una cresta lejana que brillaba como piedra de sangre al crepúsculo, cada respiración tamizada por una niebla elegante de oxígeno ionizado que, según Recall International, imitaba la atmósfera marciana. Por encima, oscuros pináculos de roca volcánica formaban afloramientos que invitaban a la reverencia en silencio, y entonces el hechizo se rompió. Al principio fue solo un parpadeo en su visión periférica, un fallo intermitente en la interfaz holográfica que enmarcaba su HUD. Luego llegaron las voces—fragmentos suaves y urgentes en una lengua que no reconocía, pero con un tono autoritario indiscutible. Flujos de datos con expedientes clandestinos se desplazaban por el cielo como vallas espectrales, detallando misiones encubiertas, objetivos clasificados y citas codificadas que ningún turismo de memoria debería incluir. Terrence dio un traspié, el mundo se partió a lo largo de una costura de código corrupto. Intentó recalibrar la interfaz con un gesto rápido, pero los controles giraron por sí solos, revelando un menú de prioridades que él no había solicitado: «Extracción de Activos», «Anulación de Conducta», «Temporizador Autodestructivo: 00:00:00». El pánico lo invadió mientras los recuerdos que creía suyos comenzaban a desprenderse, cada filamento neuronal brillando con una directiva oculta. Su corazón latía al compás del lejano zumbido de la instalación, y comprendió con horror naciente que no era solo un visitante en aquella frontera manufacturada, sino el sujeto de un experimento más oscuro y letal.

De vuelta en la cápsula de tratamiento, los circuitos zumbaban como si despertaran de un coma profundo. Los ojos de Terrence se abrieron de golpe ante el resplandor blanco y estéril del pasillo trasero de Recall International—ni cielo marciano ni dunas resonando, solo el frío murmullo de las unidades de refrigeración. Quiso gritar, pero su voz salió rasposa, herida por la adrenalina. La cúpula transparente encima de él siseó, y los brazos hidráulicos se retiraron, dejándolo parpadear bajo la luz fluorescente. Forcejeó con las correas de contención, mientras la claridad asomaba como hielo derritiéndose. Dos figuras con monos azul cobalto entraron por la puerta contigua, portando maletines llenos de tablets cifradas y asintiendo con sombría profesionalidad. «Nivel de alerta del sujeto: Crítico», susurró uno mientras tecleaba coordenadas en un panel de palma. Terrence saltó incorporado, el corazón desbocado, y al poner los pies en el suelo de rejilla metálica, las alarmas rasgaron el silencio con insistencia aguda. Corrió por el pasillo, pasando puertas cerradas y glifos de advertencia, guiado solo por el instinto y el persistente olor a ozono. Sus yemas rozaron los tiradores de salida de emergencia, cada giro una plegaria en su mente febril. En minutos que parecieron horas eternas, irrumpió por una esclusa reforzada hacia un conducto de mantenimiento, con cables fluorescentes en el techo y válvulas de vapor silbando a lo largo de los muros. Cada paso cargaba el peso de alguien cazado y, al mismo tiempo, cazador—ya no un cliente común, sino un prófugo de su propia memoria. Mientras avanzaba por los túneles tortuosos del subsuelo de la instalación, Terrence se obligó a recomponer los fragmentos de verdad que brotaban de su corteza, consciente de que cada descubrimiento podía ser su salvación o su perdición.

Conclusión

Terrence emergió del laberinto de acero y circuitos en los callejones iluminados por neones del centro de Los Ángeles, con la mente convertida en una tormenta donde se mezclaban recuerdos genuinos y fantasías implantadas. Cada bocanada de aire resultaba a la vez dolorosamente real y vertiginosamente irreal mientras se abría paso entre la multitud de viajeros nocturnos, aferrándose a los fragmentos que solo le pertenecían a él. En algún lugar, en las profundidades ocultas de su conciencia, se hallaban las respuestas que anhelaba: un expediente clasificado que no debía recordar, nombres que encajaban como los pernos de una caja fuerte que por fin cedía, y un propósito muy por encima de las fugaces alegrías de unas vacaciones fabricadas. Se adentró en una calle lateral en penumbra, donde las paredes de metal oxidado y los anuncios holo parpadeantes se cerraban a su alrededor. Con cada latido reescribía su historia: ya no era el empleado que buscaba evadirse pagando por la puesta de sol marciana perfecta, sino el agente que había probado el filo crudo de la guerra y el espionaje antes de saber deletrear su propio nombre. La promesa de fantasía absoluta de Recall International se había cuarteado, y bajo aquel brillo superficial latía el eco de un campo de batalla al que nunca quiso regresar. Sin embargo, cuando la primera luz del alba tiñó el cielo de un frío color lavanda, Terrence comprendió que la única forma de volver a sí mismo era seguir la pista de esas verdades prohibidas. Cada paso en la ciudad despierta era un paso hacia el ajuste de cuentas, y aunque el precio del conocimiento casi le costó la cordura, entendía ahora que algunos recuerdos—por muy dolorosos que fueran—valían la pena defender con cada fibra de su ser. Al fin y al cabo, la auténtica aventura nunca estuvo en Marte; fue el viaje de regreso a su propia alma, fragmento tras fragmento, hasta poder plantarse de nuevo bajo la luz innegable de la realidad en lugar del parpadeo de los sueños manufacturados.

La lucha de Terrence Hale por su identidad marcó el inicio de una nueva leyenda: una que ningún implante de memoria podría reescribir, ni promesa corporativa contener. Avanzó hacia aquel amanecer con la determinación de recordar quién era de verdad y de exponer las sombras que se ocultan tras cada ilusión perfecta—porque hay verdades que exigen vivirse, no venderse al mejor postor.

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